lunes, octubre 22, 2007

::Despertar

Debía tener unos doce años cuando decidió liberarse. Tan solo un niño, tomó las riendas de su propio camino, negándose a seguir aquello que le había sido inculcado, aquello que no debía ser cuestionado y que sin embargo él, tan joven y curioso, se había atrevido a hacerlo. Pero el precio que se paga es alto cuando se desecha la plataforma sobre la cual se ha vivido, sobre todo cuando se tienen a penas doce años y se le ha enseñado que "aquel que no sigue a Dios" es castigado.
Los días que siguieron fueron de miedo, de terror puro. Aquel niño esperaba ver apariciones de un momento a otro, quizás de ángeles vigilantes, o de demonios listos para tomar aquella alma renegada que había desafiado al supremo y que ahora, indefensa, era presa fácil. De noche cerraba la puerta de su cuarto y desaparecía bajo la manta, y en aquellas ocasiones donde necesitó hacer algún viaje al baño, teniendo doce años e incapaz ya de orinarse la cama, ya sea por vergüenza o lo que fuere, encendía toda luz en su camino y corría tan rápido como le era posible, tanto que su corazón palpitaba fuerte y sus piernas y brazos temblaban, cosa no favorable para un varón que depende de un pulso relativamente estable para completar la tarea del baño sin hacer demasiado estrago. De día no era mucho mejor la cosa, y de haber conocido el olor, hubiese jurado que el azufre le seguía a todas partes.
Con el tiempo el miedo desapareció, y para no hacer el cuento muy largo, el mundo ahora le parecía más maravilloso. Podía admirar la naturaleza por lo que era, con sus causas y efectos, libre de toda interpretación ridiculamente incuestionable. Cuestionar, cuestionarlo todo, incluso aquello en lo que creemos, y desecharlo si lo probamos falso. El mayor miedo al "desconvertirse" es pensar que desaparece todo y que la caída al vacío es inevitable. Sin embargo, cuando uno pierde ese miedo se da cuenta que aquel adoctrinamiento llamado religión no es más que un acto de magia, la ilusión de que necesitamos algo donde caer, cuando en realidad nunca hemos dejado de tocar el suelo.

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